Hoy es un buen día para morir

Fa molts, molts anys el Natxo Oñatibia em va demanar un text per al fanzine . El número no es va arribar a publicar. Aquest text veu la llum aquí per primer cop:

La literatura es una mierda. No hay que hacer caso de lo que escriben otros. Ni su personalidad ni sus circunstancias son las mismas que las tuyas. Uno de mis poemas favoritos solía ser Do not go gentle into that good night de Dylan Thomas. En él, el autor afirma que ni los héroes ni los sabios ni los santos se enfrontan con dignidad a la muerte, que por muy listo que uno sea siempre se lo toma mal. Y acaba pidiéndole a su padre, que está agonizando, que se resista a la “dulce noche” que le promete la muerte: “Y tu, padre mío, allí en la triste altura, maldíceme, bendíceme ahora con tus fieras lágrimas, te ruego, no vayas mansamente a esa dulce noche, protesta, enfurécete contra la muerte de la luz”. Me parecía un poema perfecto: tiene una bella sonoridad y llama a la lucha sin cuartel contra el mal definitivo, la muerte; no vamos a ganar, pero al menos habremos ofrecido resistencia.

Durante los últimos días de vida de mi abuelo reflexioné mucho sobre estas palabras y acabé llegando a la conclusión de que eran totalmente equivocadas. Mi abuelo tenía cáncer de próstata y en esos días estaba echado en la cama en estado seminconsciente. Le habían dado una fuerte dosis de morfina y parecía no enterarse de nada: no hablaba, no se movía. Me pareció entonces que habría sido un mal final que en ese punto se hubiera agarrado desesperadamente a la vida. Lo que debía hacer, si es que podía hacer algo ya, era aceptar la llegada de la oscuridad, su entrada en la —no sé si dulce— noche.

Otro de mis poemas favoritos es la frase que decían los sioux cada día al levantarse: “Hoy es un buen día para morir”. También los samurais iban a la guerra considerándose muertos. Si seguían vivos al final del día, se lo tomaban como un precioso regalo. Es justo lo contrario que hace la sociedad occidental. Como dice el antropólogo Josep Maria Fericgla, nosotros “mantenemos en secreto la primera menstruación, la primera erección, la menopausia y pretendemos negar la muerte”. También queremos apartar de la vista a la vejez y a la enfermedad, a las que recluimos en residencias y hospitales.

Otro poema que me encanta es La carroña, de Charles Baudelaire. Es uno de los incluidos en Las flores del mal. El autor se encuentra a un animal pudriéndose a un lado del camino mientras pasea con su amada y describe así el panorama: “Las moscas zumbaban sobre este vientre pútrido, del cual salían negros batallones de larvas que fluían como un líquido denso por aquellos vivientes andrajos”. Y luego le dice a su acompañante: “Y, sin embargo, tú serás igual que esta carroña, que esta horrible infección, ¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza, tú, mi ángel y mi pasión! ¡Sí!, Tal tú serás, oh reina de las gracias, tras los últimos sacramentos, cuando vayas, bajo la hierba y las fértiles florescencias, a enmohecer en medio de las osamentas”. (Nota al margen: recuerdo que mi abuelo me dijo una vez de una chica que me gustaba: “A esta se la comerán algun día los gusanos. Que por lo menos se la coma antes el otro gusano”). 

Vamos a morir todos, más tarde o más temprano. Todos. Debemos pensar el epitafio que nos gustaría tener en nuestra lápida y vivir cada día según esa regla.

Deixa un comentari

L'adreça electrònica no es publicarà. Els camps necessaris estan marcats amb *